jueves, 9 de agosto de 2007

de Lamborghini. Obenques.

Éste es un cuento del mar y hay resistencias opuestas por los cuerpos para arrojarse al mar en el momento preciso, cuando la salvación está al alcance de la mano. Anochece contra las tablas y el agua horada la madera. Hoy es ocho de abril. El agua salada, bien salada su gusto natural quema la débil resistencia de la valija. Seguimos. Me he atado a los obenques para sentir el martirio de los obenques. He tratado de huir del sol azafranado. Pero un cuerpo atado a los obenques atrae a las gaviotas carniceras. Ya no resisto más. Seguir. Éste es un cuento del mar: de un mar ruinoso que me envuelve en ruinas. Un cuento de tablas, azafranado, salobre, carnicero, débil, aguado. El borde impreciso de la tierra en el mar (que no es la tierra) golpea contra el borde de los ojos. Las ruinas se cuartean. Todas esas figuras que surgen del agua, hechas trizas. Quisiera acariciar algunas, cegarme ante otras. Es una vieja fascinación: comer de la propia carne y vomitar otra distinta. Es una vieja fascinación. Seguir. El agua salada canta en el filo de mi garganta. Dentro de la valija viajan tres oxidadas navajas y una cuerda. Éste es un cuento del mar, un recuerdo ajado. Mis últimos movimientos fueron escupir el pañuelo con el monograma de familia y mirar en la billetera el retrato de los compañeros. Después desaté las ligaduras y dejé que el agua me arrasara. A mí. A los obenques.
Osvaldo Lamborghini.