viernes, 17 de agosto de 2007

¡Casi desconocido!

Stanislaw Ignacy Witkiewicz nació en Varsovia en 1885 y se suicidó en 1939 ante la invasión de las tropas alemanas y soviéticas de Polonia. Un verdadero talento que se adelantó a su tiempo de una manera sorprendente, de tal modo que se le considera uno de los principales precursores del teatro del Absurdo, cuya primera manifestación -La cantante calva de Ionesco- no vería la luz hasta casi diez años después de la muerte de Witkiewicz. Incomprendido en su época, ridiculizado por muchos, sería recuperado por el famoso director de escena Tadeusz Kantor. Su figura, pese a todo, es casi desconocida para nosotros, hasta tal punto que resulta casi imposible dar con una traducción de sus obras; y no todas ellas están traducidas, por supuesto. Sea como sea, lo que más llama la atención de este individuo, más allá de sus interesantísimas ideas sobre la creación artística -comparables, en el ámbito de la poesía, con un Vicente Huidobro- o sus más que sobradas aptitudes para la pintura, fue su carácter marcadamente excéntrico y, por encima de todo, infatigable. Se interesó por todo, tocó todos los campos (la poesía, la narrativa, la música, la pintura, la dramaturgia, la filosofía, etc.) y en todos ellos obtuvo resultados más que apreciables.
Acompaña esta escueta presentación dos de sus pinturas y una traducción casera(*) de un discurso en el que aborda con gran lucidez la creación teatral. Sorprende la cercanía de sus conceptos mediando semejante distancia temporal. Este post solo roza un costado de semejante producción, se circunscribe a lo teatral, pero hay mucho más Witkacy. Su literatura es increíble, es una pena que no cuente con mayor difusión. "Forma Pura en Teatro" (Discurso de S. I. Witkiewicz dado el 29/12/1921 en el teatro Maly de Varsovia) El arte es la expresión de lo que yo llamo "falta del mejor sentimiento metafísico", ó en otras palabras (por favor presten mucha atención) la expresión de "la unidad directamente dada de nuestra individualidad" en construcciones formales de elementos cualquiera (complejos ó simples) de tal manera que esas construcciones nos afecten directamente y no a través del proceso cognitivo. Como la noción de Forma es ambigua, cuando se usa sin hacerse distinciones previas da lugar a desesperantes malos entendidos y errores de concepción. Yo prefiero, en cambio, la noción de Forma Pura, la que defino como "cierta construcción de elementos dados, como sonidos, colores, palabras o acciones combinadas con expresiones." La pintura y la música poseen elementos simples, en otras palabras cualidades puras mientras que la poesía y el teatro tienen elementos complejos. Cada construcción es una especie de pluralidad de elementos contenidos en un todo, en una unidad. En contraste con construcciones utilitarias (puentes, locomotoras) cuya "forma" externa es resultado de su uso práctico, las obras de arte tienen construcciones autónomas, que no dependen de nada y es precisamente el aspecto de su construcción lo que yo llamo Forma Pura. La noción de Forma Pura es un concepto de límite, por ejemplo ninguna obra de arte puede ser nunca un modelo absoluto de Forma Pura, dado que es el trabajo de un individuo real y particular, y no la creación de un espíritu abstracto inimaginable. Los sentimientos metafísicos se vuelven polarizados en la psiquis de una persona particular y se crea una forma individualizada con el resultado que sus elementos emocionales e imaginativos toman parte en la manera en que la Forma se erige y tornan impuro el trabajo terminado. La creación artística no es una combinación racional de los elementos de la totalidad sino el resultado de la unidad directamente dada de nuestro "yo", lo que en el acto creativo por medio de las percepciones y sentimientos de la vida real producen directamente una construcción formal, así mismo actúan directamente como tales sobre el espectador u oyente, evocando en su interior enaltecidos sentimientos de la unidad de su propia individualidad. Sin embargo, la esencia de una obra de arte terminada no es encontrar esos elementos emocionales, o en otras palabras, esos sentimientos y percepciones de la vida real que contaminan la Forma Pura (lo que en una obra pueden ser aislados únicamente en lo abstracto) sino más bien la construcción formal que despierta directamente sentimientos metafísicos, los que por otra parte pueden también ser despertados por poderosas tensiones de sentimientos de la vida real, por reflexiones filosóficas, por puntos de vista sobre la naturaleza, sueños ó cualquier clase de fenómeno que trasciende la experiencia cotidiana. Lo que únicamente importa es la apropiada división entre la vida real y los elementos puramente artísticos que en cada obra de arte deben existir en diferentes proporciones. En mi opinión, más allá de ciertos límites establecidos por consideraciones estéticas, el material utilizado no debiera interesarnos para nada, ya que para la mejora inmediata de la humanidad tenemos instituciones especiales: iglesias y escuelas. Pienso que el significado social del teatro podría ser infinitamente ampliado si dejase de ser un lugar para mirar con frescura la vida, para enseñar o exponer puntos de vista a los espectadores y en cambio se convirtiese en un verdadero templo para experimentar puros sentimientos metafísicos. El concepto de Forma Pura es un concepto límite (extremo) y ninguna obra de arte puede ser creada sin elementos de la vida real. Cierta clase de seres siempre hablarán y actuarán sobre el escenario, parte de las composiciones en pintura siempre serán más o menos análogas a objetos actuales del mundo visible y la razón de esto es la imposibilidad de entregarse en tensiones dinámicas y direccionales. Debo reforzar que la teoría del arte como más arriba se expuso en líneas generales de ninguna manera puede ser utilizada para imponer reglas en artistas creativos. No hay una necesidad teórica que prescribe deformación y desviación de sentido. Si ignoramos el período sin esencia del realismo y vemos las obras de los viejos maestros en pintura y teatro vemos que ellos fueron capaces de unir a la perfección la Forma Pura y la total ausencia de deformación y absurdo. Teóricamente nosotros también podemos crear de esa manera. En la práctica, sin embargo se torna imposible. Porque el arte actúa como un tipo de narcótico cuyo efecto es evocar lo que he llamado sentimiento metafísico a través del entendimiento de la construcción formal, y porque el efecto de cada narcótico nos despierta con el tiempo la necesidad de incrementar la dosis, hemos llegado al punto donde el trabajo de los viejos maestros ha cesado de impresionarnos y el arte, dada la debilitación de los sentimientos metafísicos en el curso de la evolución social, comenzando por los griegos y atravesando el renacimiento se ha degenerado en una imitación de la vida y el mundo. Los elementos sin esencia del arte toman el primer lugar y el aspecto formal se reduce al rol de intensificar cualitativamente diferentes elementos: sentimientos de la vida real y conceptos de la esfera intelectual. El resurgimiento de la Forma Pura, el que en un desesperado esfuerzo final se opone a la marea de engrisamiento y mecanización que inunda al mundo, no puede en nuestras circunstancias entregarse al uso del sin sentido y la deformación del mundo. Esto no es a causa de la imposibilidad de expresar en las formas preexistentes sentimientos desconocidos por nuestros predecesores pero a causa de la transformación se ha vuelto necesario expandir las posibilidades de composición formales puras y de intensificar y complejizar el significado de la creación formal y de producir un efecto en aquellos que reciben las impresiones. Tal como los artistas no pueden expresarse enteramente a sí mismos con las formas preexistentes, los espectadores y oyentes no pueden a través de la contemplación de esas formas excitarse con una verdadera satisfacción estética. Debemos meternos en la cabeza que la expansión de las posibilidades de composición pueden ser logradas sólo mediante ciertas desviaciones de las formas trilladas que el realismo ha degenerado. Ante una obra de arte que cultiva la ideología realista nos preguntamos “Bien, ok. ¿Pero que están tratando de decir? ¿Qué suponen que representan? ¿ Cuál es la idea detrás de ésta obra?” Tan pronto cuando encontramos las respuestas que satisfacen estas preguntas nos disgustamos con el trabajo en cuestión blasfemando con mayor o menor cortesía y repetimos triunfalmente “NO ENTIENDO”. No queremos comprender la simple verdad que una obra de arte no expresa nada si usa el modo en el cual estamos acostumbrados a usar la palabra de la vida real. De éste modo ha sido siempre y siempre será hasta que el arte perezca, lo cual probablemente (y afortunadamente) no sucederá al modo del estancamiento naturalista, hemos crecido acostumbrados a pensar que el arte es la expresión del contenido de alguna clase de vida real, la representación de mundos reales o fantásticos, algo que tiene valor sólo cuando es comparable con algo más en lo que se refleja. Si experimentamos algo más, que estaba ó está en la profundidad de nuestra individualidad (directamente dado como unidad irreductible) no prestamos atención bajo el impacto de una ideología falsificada por el realismo. Para los que están entendiendo, la Forma Pura en el escenario significa: COMO EL SIGNIFICADO DE LOS CONCEPTOS EN POESIA, LAS ACCIONES MISMAS EN CONJUNCION CON EXPRESIONES SON LOS ELEMENTOS DE LA CONSTRUCCION TEATRAL, COMO LOS SONIDOS EN LA MUSICA Y LOS COLORES EN LA PINTURA. Esto no es la “musicalización” de la pintura y el teatro, es la “pintificación” de la primera y la “teatralización” de la segunda. (Lo dicho es un recordatorio a artistas y espectadores del verdadero valor de esas artes, por las cuales grandes maestros nos hablan a través del tiempo, sin importar las diferentes maneras de mirar la vida y las cosas, en otras palabras un recordatorio de su valor Formal.) Atendiendo al arte debemos distinguir dos fuerzas: 1) El instinto formal primario del hombre, que deviene del más profundo principio de la existencia, la unidad en la pluralidad, principio del cual somos la expresión y 2) el instinto de “rebaño”, el que encuentra su expresión en el snobismo con respecto a grandes trabajos del pasado y a todo tipo de novedad. Las primeras, que llamamos grandes obras de arte se imprimen en la historia. Aunque el modelo es relativo podemos aseverar que es el aspecto formal y no el aspecto de vida real de un trabajo lo que determina su perdurabilidad. Por supuesto, deben agregarse los siguientes determinantes: la fuerza del talento, o en otras palabras la destreza puramente sensual (sentido del color, poder de imaginación, sentido del efecto en el escenario, del tiempo y del ritmo), mas lo que determina el valor del arte, que no es una cuestión de talento sino más bien lo que llamamos creatividad artística en el sentido estricto del término: la habilidad de componer, de construir “todos” formales, la realización de lo cual sí depende de la fuerza del talento. Una obra de arte no consiste en un único elemento de sensación placentera, más bien en una composición o construcción que se hace con elementos de placer y displacer, es la unidad en la pluralidad directamente percibida, produciendo un sentimiento enaltecido de la unidad de nuestra individualidad en el espectador y oyente del mismo modo que se produjo en el artista en el momento de la creación. El valor de una obra de arte no depende de la fidelidad con que copia la realidad sino de la unidad construccional que es irreductible. Desde ésta perspectiva los materiales utilizados no son de importancia, descontando por supuesto que el autor no intente sobresalir por derecho y fuerza y experimentar una variedad de emociones de la vida real, enaltecedoras o desagradables. Una obra teatral de Forma Pura es auto contenida, autónoma y en ese sentido absoluta, a pesar del hecho de que no hay ni puede haber ningún criterio objetivo para juzgar su valor. Los actores y actrices, impulsados por el director, participan de cada obra como artistas creativos a la par del autor, no encarnan más o menos habilmente algún tipo de persona hipotética sino que crean sus roles dentro de la totalidad de lo que sucede en el escenario, componiendo acciones unidas formalmente, expresiones e imágenes, capaces de ser puestas juntas, dependiendo de los requerimientos compositivos, del modo más fantástico desde el punto de vista de la vida y del sentido común. En mi opinión, el autor no es la figura dominante en absoluto, ni son el director ni los actores los hacedores de su concepción. El autor proporciona el tipo de libreto que un escritor da a un “compositor”. Comparar intérpretes musicales con directores y actores sería injusto con los últimos. Trabajando juntos, el director y los actores crean la obra por primera vez, siempre y cuando ellos no la interpreten de modo naturalista, lo que puede hacerse con cualquier obra. Es imposible decir si podremos alcanzar el ideal de belleza metafísica en el teatro sin perversidad, “deseo insaciable por la forma” y motín formal. La vida se mueve demasiado rápido y de ese modo el renacimiento de la Forma Pura está llevándose a cabo de manera que amenaza a la ideología realista, la que desea llevar al teatro a un tranquilo sopor. Pero pienso que igual esto es preferible a la torpeza senil, a las trabas espirituales y a esas suaves debilidades mentales que se proyectan hacia nosotros desde la gris, desalmada atmósfera de un futuro lleno de autómatas socialmente disciplinados, a no ser que decidamos arder y quemarnos en el resplandeciente y amenazante cataclismo artístico. Lo que a mí me interesa en una obra de arte es el ordenamiento formal y la composición, de modo que sobre el escenario un ser humano, o cualquier otra criatura podría suicidarse por derramar un vaso con agua después de haber bailado, cinco minutos antes, con alegría a causa de la muerte de su muy amada madre; también que una pequeña niña de cinco años podría leer las coordenadas de Gauss mientras simiescos monstruos golpean gongs y entonan constantemente la palabra Kalafar, y luego convertirse en una corte de justicia tratando el caso de la desaparición de la campana de cobre perteneciente al director de diversiones privadas de la princesa Calatri, quien luego de palmear afectuosamente el hombro de su novio para que haga cosquillas a su doberman favorito hasta hacerlo morir se mata con una fría sonrisa por haber desparramado accidentalmente el polvo de un geranio marchito, el resultado es que el acusado es sentenciado a quince años de beber compulsivamente cinco litros diarios de licor de ananá. ¿Me interesan éstos ú otros hechos semejantes? Ya he dicho esto muchas veces y lo diré una vez más, NO, tres veces NO. (Esto es lo que importa en la teoría de los futuristas, algunos de ellos como verdaderos artistas, a pesar de sus monstruosas teorías realistas sin sentido y de sus sueños infantiles de la “futurización de la vida” están creando obras significantes en la esfera de la Forma Pura), lo que no me importa ni en la teoría ni en la práctica. Amontonar absurdos es una cosa y crear construcciones formales que no han sido ideadas a sangre fría es otra muy distinta. No hay un grado específico de verdad de la vida real ó de psicología fantástica. Todo depende de qué construcción formal para causar efecto es usada y qué relación formal hay entre una expresión o acción con lo que sucedió antes y lo que viene después, independientemente de las verdades relativas y las experiencias de la vida real. Lo que importa es que una obra de arte en el escenario no debería ser una copia de “algún rincón confortable” ó de “una diabólica casa de asignación”, mirando la acción y escuchando los diálogos, no deberíamos necesitar ser movilizados por sentimientos en sí de los que nos sobran en la vida; no deberíamos aprender nada ni resolver problemas con el autor, pero con el entrelazamiento, el hilo de la corriente construccional de los sucesos, compuesto por acciones, palabras, imágenes e impresiones musicales, deberíamos encontrar en nosotros mismos el mundo de la “belleza formal”, el que tiene su propio sentido, su propia lógica y su propia VERDAD. No la misma verdad que la pintura naturalista ni “un cómodo rincón”en el escenario de una escena realista ni los sucesos reales de la vida, pero sí la VERDAD ABSOLUTA. El arte naturalista siempre es una imitación más o menos efectiva de algo y los actores son mejores o peores imitadores de seres supuestamente reales. El arte que tiende a la Forma Pura es algo absoluto, autónomo, algo en lo que las criaturas que actúan y sus expresiones existen sólo como parte de un todo que ocupa un segmento del tiempo. Sus experiencias pasadas no nos interesan a no ser que estén formalmente ligadas al presente y lo mismo digo de su futuro. *Agradezco a Diego por colaborar con la traducción, ya que es un texto que no se encuentra en español.

No hay comentarios.: