lunes, 3 de septiembre de 2007

Jean Paul Sartre. Drenar: pensamientos, sangre, palabras, algo de lo personal, sempiterno ¡ah, la existencia!

"Es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo así sea una prueba valedera de la existencia de Dios".
“Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción: ”Tengo que termi… yo ex … Muerto … M de Roll … ha muerto…No soy… Yo ex…” Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que lo otro, porque me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh, que larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo despacito… ¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo… y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca? Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso… y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento -es atroz - si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza..., si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y si sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entero y renueva mi existencia. Mi saliva está azucarada, mi cuerpo tibio; me siento insulso. Mi cortaplumas está sobre la mesa. Lo abro. ¿Por qué no? De todos modos, así introduciría algún cambio. Apoyo la mano izquierda en el anotador y me asesto un buen navajazo en la palma. El movimiento fue demasiado nervioso; la hoja se ha deslizado, la herida es superficial. Sangra. ¿Y qué? ¿Qué es lo que ha cambiado? Sin embargo, miro con satisfacción en la hoja blanca, a través de las líneas que tracé hace un rato, ese charquito de sangre que por fin ha cesado de ser yo. Cuatro líneas en una hoja blanca, una mancha de sangre: es un hermoso recuerdo. Tendré que escribir encima: “Ese día renuncié a escribir un libro sobre el marqués de Rollebon”. ¿Me curaré la mano? Vacilo. Miro el ligero fluir monótono de la sangre. Justamente ahora se coagula. Se acabó. Mi piel parece enmohecida alrededor del tajo. Debajo de la piel sólo queda una pequeña sensación semejante a las otras, quizá más insulsa todavía. Dan las cinco y media. Me levanto, la camisa fría se me pega a la carne. Salgo. ¿Por qué? Bueno, porque tampoco tengo razones para no hacerlo. Aunque me quede, aunque me acurruque en silencio en un rincón, no me olvidaré. Estaré allí, pesaré sobre el piso. SOY.”
de "La náusea".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

había una carta más temprano muy bonita, iba a escribir de eso ahora pero no está más! ¿poqué?

antiprímula dijo...

¡¡tovir, hermano!! había una carta, sí, pero la saqué para evitar un "juicio por derechos de autor", já. No, estoy exagerando, pero está bien, mejor sacarla. Me alegra tanto, tanto que hayas entrado a visitar estas pavadas...
Te quiero, siempre, mucho.

wojaczek dijo...

uf, nada mas por decir.

antiprímula dijo...

Nada más, sí.
Anoche me dormí abrazada a "Las palabras" de Sartre.
¡Qué tontuela!