No había ningún signo sobre la piel del tiempo. Nada.
Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que desemboca en nunca
o en ayer. Nadie.
Sólo un eco de pasos sin nada que se alejan
y un lecho ensimismado en marcha hacia el final.
Olga Orozco.
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