Qué tristeza, pobre. Click Here.
Estudio independiente dedicado a la formación y entrenamiento de actores.
domingo, 28 de septiembre de 2008
viernes, 26 de septiembre de 2008
sábado, 20 de septiembre de 2008
martes, 16 de septiembre de 2008
sábado, 13 de septiembre de 2008
-Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: “La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado”.
-Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquella en la que me reconozco, en la que me fascino.
-Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo gravaba la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los dieciocho años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
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La destrucción del rostro
Marguerite Duras
lunes, 8 de septiembre de 2008
domingo, 7 de septiembre de 2008
sábado, 6 de septiembre de 2008

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¡Y como calla! ¡Qué bien calla! Y con aire ultrajado, además. ¡Qué porte! ¡Qué conducta soberbia! Una conducta de reina ofendida. ¡Y enojada, airada! ¡Silenciosa como un sepulcro! ... Permitidme que os presente a esta reina ofendida...
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Si ella me ama, soy amado por ella. Y si soy amado por ella, soy su bienamado. Estoy en ella. Me lleva en su interior. ¿Cómo despreciarla, si me ama? No puedo ser despreciativo aquí si soy bienamado allá. Y yo que creía estar aquí todo el tiempo, yo mismo, aquí, en mi mismo... y de pronto, ¡zas! me atrapó y me encuentro en ella como en una trampa.

"Nacido con un temperamento ardiente y vivaz, afecto a las diversiones sociales, me vi obligado a aislarme, a vivir en la soledad, tratando de olvidarme de todo eso."
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"Debo vivir como un exiliado, si me acerco a mis semejantes, se apodera de mí un espantoso terror de que mi impotencia sea notada."
jueves, 4 de septiembre de 2008
martes, 2 de septiembre de 2008
de LO ABSURDO Y EL SUICIDIO
... También los hombres segregan lo inhumano. En ciertas horas de lucidez, el apecto mecánico de sus gestos, su pantomima carente de sentido vuelven estúpido cuanto los rodea. Un hombre habla por teléfono detrás de un tabique de vidrio; no se lo oye, pero se ve su mímica sin sentido: uno se pregunta por qué vive. Este malestar ante la inhumanidad del hombre mismo, esta caída incalculable ante la imagen de lo que somos, esta "náusea", como lo llama un autor de nuestros días, es también lo absurdo...
... Un mundo que se puede explicar hasta con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin remedio, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decoración, es propiamente el sentido de lo absurdo. Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio, se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada...
... Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se comprende ésta. Es solamente confesar que eso no merece la pena... (... En este cuerpo inerte en el que no se marca ya una bofetada, ha desaparecido el alma...)
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Albert Camus.
pegarse el palo, con refranero popular
Tuve un pequeño accidente. Nada grave pero estoy un poco sorda, y asustada. Los accidentes tienen la contundencia de lo imprevisto, la imposición de lo real, no hay metáfora ni poesía ni romanticismo: te pegás el palo, no hay vuelta atrás, solo queda ver cómo recomponer, aliviar o zafar.
Reza el incansable ingenio popular que hay desgracias con suerte, es probable que así sea.
Del crash quedan consecuencias reales, suertes varias: remedios, demostraciones de cariño de quienes están cerca, médicos y estudios, un poco de miedo (uno se aprecia más de lo que se permite aceptar), la sorpresa de la ausencia de alguno que suponíamos cerca.
Mirando la mitad llena del vaso, no hay mal que por bien no venga, tal vez oír menos sirva para dejar de oír palabras que se van con viento y ver con claridad lo que tiene valor, en la cancha se ven los pingos.
(Soltar lo que nos hace mal. No esperar peras del olmo, mejor sola que mal acompañada: Soltar. No hay mal que dure cien años y siempre que llovió paró.)
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