jueves, 10 de enero de 2008

Mezcladito precoz

Hace un tiempo entraron a mi casa unos caballeros, o quizá damas, por qué no. A mi casita. Yo no estaba, y no los había invitado. Si hablara con un astrólogo seguro que me diría que aquella fue una semana de tránsitos opuestos que huracanaron mi cielo, o algo así, dejando puro desorden. Pero no hablo con astrólogos, me lo imagino, y me suena bien la frase. Adorno lo que, dicho en criollo, se reduciría a que fue una semana de mala leche.
Fue una tarde de domingo cuando vinieron los auto invitados. Una tarde de domingo, como el cuento de Arlt, pero sin Leonilda ni Eugenio. (Mezclo los temas, perdón). Cuando volví de no recuerdo dónde encontré absolutamente todo lo que se puede llamar objeto en una casa formando parte de una gran montaña indiscernible de cosas, cositas y cosos. Encontré la mencionada instalación plástica y dos ausencias: la ventana con su reja y otra que ha arruinado mi economía por unos cuantos años. En fin. Esto es anecdótico y no tiene nada de especial.
Acomodar el caos fue difícil, conté con la ayuda de un gran amigo, el pobre santo soportó mi desasosiego, me asiló el tiempo que necesité y colaboró en un arduo volver los cosos, cosas y cositos a sus lugares.
Ahora la casa está en orden. Las plantas exultan verde, los cajones y las bibliotecas recuperaron su quietud y Bruno me colma con su amor felino.
Quedó una bolsa. Una bolsa que en esos días, en el afán de terminar de ordenar, llené con papeles, fotos, escritos que aparecieron desperdigados por el piso y vaya a saber de qué sobres provenían. Sobres que almacenaban recuerdos y fueron rasgados en la presunción de poseer algún tesoro oculto. Sobres que fueron rellenados cada uno en sus épocas. Y en consecuencia de haber nacido en un tiempo determinado, contaban con cierta clasificación. De ese modo podían ser pizpeados según la melancolía que aflorara o quedar cerrados para siempre, transportados así de mudanza en mudanza, y abiertos recién el día en que unas manos cumplan con la tarea de desarmar mis cositos cuando yo ya esté mudada sin vuelta posible a mi último e irrefutable domicilio.
No puedo con esa bolsa. No me animo a darla vuelta y volver a clasificarla. Me asomo y entreveo el carnet de SADAIC que mi abuelo portaba cuando era joven, fotos de mis hermanos en un verano infantil en Mar del Plata, varias cartas de dos grandes ex amores que fueron escritas cuando distaban mucho de ser exes, folletos de obras en las que participé, la foto de un novio que fijó su último e inmodificable domicilio hace un par de años, un boletín de cuarto grado, otra foto de los cuatro años en la que estoy subida a un pony que arrastraba mi papá y no sé cuántas cosas más. Es una bolsa enorme.
*** Pienso en el alzheimer. Así ha de ser. Tengo una bolsa con alzheimer. Con mi alzheimer. Como un adelanto. La memoria mezclada. El pasado desordenado. De ella puede salir cualquier cosa.
*** ¿Qué es la memoria?. ¿Y el pasado?. No sé qué hacer con esa bolsa. Tal vez la queme.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Nostalgía, un sabor dulce-amargo. En ocasiones da miedo mirar atrás.

Asterion dijo...

La bolsa no se queja. el Alzheimer es intolerable para los otros. Esa imagen de prender fuego a quien lo contiene me da escalofríos.

antiprímula dijo...

Garra: En ocasiones, sí. Pero está bien mirar atrás y pensar por dónde seguir ¿no?. Un beso.
Asterión: La proyección que te da escalofríos corre por tu cuenta, yo me refiero a incendiar una bolsa de plástico con un montón de porquerías mías.
Quedan muy bien los títulos rojos en tu blog.
Saludos.

Anónimo dijo...

"Y lo más resbaladizo es creernos sin memoria...y eso pasó. Fue" (Soda Stereo-Dynamo)
No sé que se puede hacer con la persistencia de la memoria, como el cuadro de Dalí... podés hacer un collage de esas imágenes, yo trataría de volver a poner todo en el orden que estaba, los libros son lindos lugares para reencontrarse con la biografía de uno.
Si es imposible, una linda caja te servirá para esos días que uno quiere estar melancólico y añorar esas sensaciones mezcladas y llorar de alegría, tristeza, empatía de traer ese momento. Es mas duro que un whisky sin hielo, lo aseguro.
Quemar esas cartas? Son caricias impresas. Es lindo tener cosas para valorar, las otras se irán a las manos de algún cartonero, cinturón ecológico o porqué no, un rico asado.
Todo vuelve alguna vez, los enfermos de Alzheimer lo viven así, por qué no aprovecharlo cuerdo, no?
Un abrazo (místico)

antiprímula dijo...

MXI: De la misma canción: He llegado hasta el fin con los brazos cansados...
No reniego de la memoria (sería entrar en la peor de las contradicciones), sólo que esa bolsa con recuerdos que no construyen nada... todo tan mezclado... se puede poner masoca... ¿puede ser vodka en lugar de whisky?.
Me hizo bien tu comentario.
Otro abrazo.

Andseo dijo...

La otra tarde leyendo al no muy interesante Dasai me percate de una pequeña singularidad que, sin poder poseer una comprobación satisfactoria, se me ha postulado como un hallazgo de caracteristicas universales. Fe.
¿Recuerda el diseño de la sabana que la abrigaba cuando era niña?
Recuerde.
Oh, como extraño mi sabana¡¡
La mia estaba decorada con un diseño probablemente obtenido de diseños textiles andinos. Hermosa como solo mi sabana sabia ser. Y yo, insolente niño, la mordia y jugaba con los dedos a perseguir las piruetas del diseño.

antiprímula dijo...

¡Ah! ¡Me mataste de ternura Andseo!
No recuerdo mi sábana pero sí un ridículo vestidito azul francia que tenía pegadas tres flores enormes de colores estridentes en su falda y que yo amaba. (Bien podrían ser prímulas, evidentemente hay cosas que se arrastran desde la más tierna infancia). Supongo que entre las cosas de la citada bolsa ha de haber una foto de los tres o cuatro años en que lo visto.
No voy a quemarla, al menos hasta extraer esa foto.
Gracias, gracias, gracias.