jueves, 1 de mayo de 2008

Un ser venido de otra parte

Gombrowicz hizo algunos intentos para personalizar a la naturaleza, pero este camino hacia la humanización de lo que no es humano se le agotaba en una vacuidad que le producía pereza y aversión. La descripción que hace de un crepúsculo estaba acompañada por el pensamiento de que la naturaleza ya no era para nosotros armonía y sosiego como lo había sido antes cuando el hombre se sentía como una partícula proporcionada de ella. Se siente sumergido. "(...) en el no-ser, seguro de ser un demonio, un anti-caballo, un anti-árbol, una anti-naturaleza, un ser venido de otra parte, un extraño, un intruso, un forastero. Un fenómeno no de este mundo. Del otro. Del mundo humano" La descripción que hace de ese crepúsculo que contempla regresando de un paseo a la casa de Jankowski es una de las más altas cumbres artísticas que alcanza en los diarios, yo me voy a acercar a este pasaje de una belleza sin par en el que se describe un momento de la naturaleza, por el lado de la forma ya que Gombrowicz lo hizo por el lado de la naturaleza. Para darle una apariencia filosófica a estas reflexiones podemos decir que forma es para Aristóteles aquello que determina a la materia por lo cual algo es lo que es. En una mesa de madera la madera es la materia con la que está hecha la mesa y el modelo que ha seguido el carpintero es su forma. La relación entre la materia y la forma nos permite entender cómo están compuestas las cosas. Para intentar una aproximación entre las nociones del griego y del polaco vamos a decir que en el lenguaje de Gombrowicz la materia es la inmadurez y la forma es la forma. Pero la forma a la que se refiere Gombrowicz es siempre la forma humana en su acepción de máscara que oculta algo y que deforma el yo, un yo que sólo puede definirse por el dolor que le produce una deformación que lo aproxima a lo que no es y nunca a lo que es, es decir, nos las estamos viendo con un carpintero diabólico. La forma es, por un lado, la representación de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestos durante siglos a la humanidad, y por otro, la manera particular con la que cada hombre los actúa como sustancias inmanejables que le vienen dadas desde el subconsciente, desde la herencia y desde mecanismos de asociación que no están presentes en su conciencia. Para representar a Polonia Gombrowicz recurría al fango, a los pies descalzos y a los abrigos de piel de cordero, en cambio, para representar a la Argentina recurría a las vacas y a unos oligarcas orgullosos asentados en sus enormes territorios, por eso decía que no siendo un campeón Shorton no podía aspirar a un premio en este país. Vamos a ver entonces qué le pasaba con las vacas. Paseando por un avenida arbolada de la estancia "La Cabaña" en Necochea, detrás de un árbol se le apareció una vaca. Quizá el hecho que lo obligó a realizar indagaciones sobre este encuentro fue que la vaca lo miró, mejor dicho, que le permitió a la vaca que lo mirara, y si bien es cierto que no podía sacar las consecuencias drásticas que saca Sartre de la mirada, se sintió tenso y con una vergüenza de hombre frente al animal. Continuó el paseo pero se sentía incómodo, como si toda la naturaleza lo estuviera asediando mientras lo contemplaba. La primera idea que le pasó por la cabeza para resolver esta oposición entre su humanidad y la naturaleza fue la de que el hombre es no natural, es antinatural, pero resulta que Gombrowicz tenía la tendencia a establecer contacto con lo inferior. Si en el mundo humano pone al descubierto la dependencia que tiene la conciencia superior de la inferior, si recorre el camino descendente de la madurez a la inmadurez yendo contra la corriente, entonces, ¿por qué no seguir descendiendo hasta el fondo en la escala de las especies? Y cuando pareciera que empieza a seguir los pasos de San Francisco de Asís, de pronto se detiene bruscamente. Mirar, contemplar y comprender la naturaleza es una cosa, pero dejarla aproximar como algo igual a nosotros porque la comunidad de la vida nos engloba, tutearla, es demasiado, regresa rápidamente a su casa humana y cierra la puerta con doble llave. La negativa a reconocer la humanidad de una vaca, es decir, de la naturaleza, una negativa que se le traduce en fatiga y aburrimiento a partir del momento en que intenta reconocer a esa vida inferior en un pie de igualdad, vendría a ser una de las características principales de la humanidad de Gombrowicz. Y esta negativa a reconocer la humanidad de la naturaleza lo lleva al caballo. El hombre a caballo es una cosa estrafalaria, una ridiculez y una ofensa a la estética. Los animales no nacen para cargar sobre sí a otros animales. Un hombre sobre un caballo es tan absurdo como una rata sobre un gallo o un mono sobre una vaca, es una perturbación del orden natural a pesar de que el arte le rinde homenaje a este convencionalismo en las estatuas y en la pintura. El jinete da brincos sobre la bestia con las piernas despatarradas en un animal torpe y estúpido, corre montado a la velocidad de una bicicleta y repite vez tras vez el salto de un obstáculo en una bestia que no sirve para saltar. Los placeres de las cabalgatas provienen del atavismo pues en otros tiempos el caballo era realmente útil y enaltecía al hombre. Un hombre a caballo dominaba a los demás, el caballo era la riqueza, la fuerza y el orgullo del jinete. De esos tiempos nos quedó el culto de la equitación y la adoración por un cuadrúpedo anacrónico. "Mi monstruoso sacrilegio resonaba salvajemente de un extremo a otro del horizonte. El dueño y criador de sesenta yeguas de raza me miraba con condescendencia" Estas reflexiones sobre los jinetes las hace después de haberse despachado con unas cuantas mentiras en los diarios anteriores en los que habla de una yegua que le había caído bien. Galopaba en los pastos, saltaba los obstáculos y devoraba las cercas, el animal era de pura sangre pero de reflejos amanerados. Gombrowicz cuenta que le daba garbo con la cuerda, saltando vallados, y con trote tranquilo al lado de las dos hijas del dueño de la estancia. "Mentira, mentira... A pie soy diferente que a caballo, a caballo diferente que a pie. Los caballos mienten a la moral, la moral a los caballos, yo a los caballos, a la moral y a las chicas. Un repentino relajamiento. Frivolidad. ¿Quién soy? ¿Acaso soy realmente? A veces soy esto, a veces aquello..." Yo creo que fueron los mocosos de labranza y los caballos los que le azuzaron desde muy joven su complejo de inferioridad y su odio a la naturaleza. Esos muchachos eran de su edad, hijos de los mozos de cuadra a los que él organizaba y comandaba. Sin embargo, ellos se sentían más cómodos a caballo y cabalgaban con más soltura, trepaban mejor a los árboles y corrían más rápido que Gombrowicz.
***
Circular del 1ro. de mayo para los miembros del club GOMBROWICZIDAS.
Click AQUÍ y un fragmento de Diarios al que la circular alude.

2 comentarios:

GISOFANIA dijo...

Tanto insistir con Gombrowicz, tanto machacar con palabras de él, que al final me convenció de leerlo (en papel, eso sí, soy una nostálgica incurable).
¿Qué texto me recomienda, para empezar?

Por otra parte: este finde viajo a Buenos Aires. No le prometo nada, pero mi intención es ver y escuchar el monólogo de Castelli versión A. Rivera al que invitó en post del 27/4; entonces, quizás, probablemente, me presentaré y nos conoceremos las caras.


(yo tendría que estar leyendo la Crítica de la Razón Pura, fijesé qué inconciente de mi parte dejarme subyugar por los dramaturgos)

antiprímula dijo...

Gisofania: ¡Qué genial! Será un gusto para mí conocerte. Si la gigantez de la feria te apabulla y no llegás a la salita que no nos falte oportunidad de celebrar el encuentro gisofania-antiprímula, buscaremos un motivo más noble (unas jainekénes heladas, por ejemplo). Digo lo primero porque estoy pasmada con el tamaño de la feria este año, y atravesar el pabellón naranja, más el verde, más el ocre para llegar al azul y una vez en el azul atravesar el banco ciudad, el sector infantil, el stand de la policía federal (¡que tiene perros!), entre hordas de personas que van para el norte más otras hordas que van para el sur, y buscar la sala Villafañe requiere de un decisión cuasi psicótica.

Gombro: "Ferdydurke" o "La seducción" pueden ser buenos puentes.

¿Un dramaturgo? ¡No! Es el peor rubro... ¿por qué no un panadero o un cerrajero o un físico, si lo querés más sofisticado? Pero los hombres de letras ¡ay, dios! (Jé).

Un abrazo.