sábado, 26 de abril de 2008

la vida te da sorpresas...

Ninguna de las etiquetas me pareció exacta para ser aplicada a este post, son varias las que pueden contenerlo. .
Haberme interesado frecuentemente y de distintas maneras en Gombrowicz me trajo satisfacciones y sorpresas. .
Al parecer mi desinteresado interés produjo, entre otras cosas, pertenecer a un misterioso club. .
De un tiempo a esta parte recibo a diario un texto de Juan Carlos Gómez (el "Goma" de las Cartas a un amigo argentino), quien con fervor, sin descontar domingos ni feriados, une con sus escritos a los socios del club que decidió llamar "Los gombrowiczidas". .
Un gustazo para mí. .
Transcribo hoy el orden del día. (Me gustó particularmente por El tigre. Y por varias otras cosas que no pienso explicar). Aquí va: .
***
EL TIGRE
"Me apasiona penetrar en una selva virgen o en un desierto salvaje, pero no me gustan los sitios donde te sacuden, cubren de polvo, asa, hiela, moja y encima tienes problemas para lavarte los dientes. Me defendía con tanta elocuencia que una conocida mía, testigo de la discusión, me invitó a hacer una excursión al Tigre" El río Paraná, antes de unirse con el Uruguay, forma un delta del tamaño de varias provincias polacas lleno de canales e islotes. La excursión parte del puerto del Tigre en un día espléndido. "Todo era verde y azul, agradable y ameno. En una parada sube una muchacha que... ¿cómo decirlo? La belleza tiene sus misterios. Hay muchas melodías bellas, pero sólo algunas son como una mano que oprime la garganta. Esta belleza era tan magnetizadora que todos se sintieron extraños y quizás, incluso, avergonzados; nadie se atrevía a admitir que la observaba, aunque no había ni un par de ojos que no contemplara a escondidas aquella espléndida aparición. De repente, la muchacha, con toda la tranquilidad del mundo, se puso a hurgarse la nariz" No hay cosa que esté más vinculada al tiempo que nuestra propia vida. La belleza detiene el tiempo, el encantamiento que produce en el hombre suspende la actividad de la vida trivial, pero si algún detalle de la vida trivial llega a alcanzarla, la belleza desaparece. Gombrowicz, en unos comentarios que hace en el "Diario" sobre Balzac, había escrito que es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse la nariz que llegar a amarlo por haber compuesto una sinfonía. Mientras navegan observan una gran variedad de embarcaciones de muchos colores. "Diré de pasada que la Argentina maneja mejor los colores en la vida cotidiana que Europa. Aquí los colores de la ropa o de los objetos son más limpios, más vivos, más simpáticos y mucho más nobles que los de Francia, por ejemplo" Gombrowicz iba a bordo de un pequeño yate acompañado de algunos escritores y un pintor, y a medida que la conversación se hacía más intelectual y más pretenciosa se empieza a irritar. Se le forma la impresión de que en la Argentina la cultura funciona al revés, unos días atrás había podido admirar la actitud audaz y directa ante la vida y el mundo de un puñado de turistas sin educación que contemplaba el Aconcagua, y ahora, al escuchar la discusión de sus colegas, se volvía a sentir lo peor de la Argentina, ésa de la que se habla con una sonrisa de desdén como algo secundario e insignificante. Lo que pierde al arte argentino es el deseo de mostrarse a la altura del mundo. Caen inevitablemente en Borges, el mayor prosista de la Argentina, un escritor que, aunque poco leído, es admirado en toda Sudamérica. "Expreso mi opinión crítica..., para mi gusto esa metafísica fantástica es retorcida, estéril, aburrida y, en el fondo, poco original: –Es posible... Pero es el único escritor nuestro de alto nivel. Ha tenido muy buena prensa en París, ¿ha leído algo de ella? Sí, claro, es una lástima que no escriba de otra forma..., yo también preferiría verlo más vinculado a la vida y a la realidad, que fuese más de carne y hueso. Pero de todos modos es literatura" Con cierta frecuencia Gombrowicz compara el mundo literario polaco con el argentino. La falta de originalidad que obliga a relacionarse con la realidad a través de una autoridad y de una cultura ajena más madura, también la sentía en Polonia, pero con menos fuerza. Sin embargo, los argentinos tienen una ventaja sobre los polacos, con una historia de menos años, es decir, con menos pasado y, en consecuencia, con una literatura más joven y más pobre, tienen más sitio en la cabeza para dedicarlo al pensamiento y al arte universales. Los polacos, en cambio, están hasta la coronilla con sus tres poetas profetas cuyo estudio les ocupa casi todo el tiempo. El argentino conoce pues más de la literatura y de la historia del mundo. En cuanto a la filosofía y al pensamiento contemporáneo reciente, Gombrowicz supone que tanto los literatos polacos como los argentinos en general no tienen ni la menor idea. La Argentina, en el sentido intelectual y artístico, es casi una colonia francesa, lo reconocen los mismos argentinos. "Los polacos los superan en temperamento, en poesía y en un mayor sentido de la realidad. En temperamento, porque al argentino no le gusta hacer locuras, posiblemente no le guste siquiera vivir demasiado intensamente... En poesía, porque aquí falta lo lírico. En el sentido de realidad porque el arte argentino parece estar creado en la luna" Pero el Tigre toma un aspecto verdaderamente siniestro cuando Gombrowicz escribe unas páginas en los diarios sobre la hijita quemada de Simón. El crujido era como el de la bestia que ya conocían, pero surgía de abajo, de lo más profundo, de un objeto inanimado. Gombrowicz empezó a sentir miedo, no creía en el diablo, Simón era incapaz de matar a una mosca, ... pero... Ese monstruo nacido de un grito humano, del ladrido de un perro y de el crujido de un papel se asociaban con la pobre hijita de Simón. Gombrowicz sintió una profunda desconfianza y pensó en escaparse. Calculó que si empezaba a caminar rápidamente podía alejarse de Simón. Apareció un silencio igual al que había aparecido con la pregunta por la calle Corrientes, entonces, Gombrowicz se marchó. Caminaba hacia la estación para perderse en ella, llega a la ventanilla: –¿A dónde va?; –A Tigre. Pero detrás de él sintió la voz de Simón: –A Tigre. Gombrowicz huía y Simón lo perseguía. Gombrowicz no se hubiera preocupado demasiado si no hubiese sido por cierto detalle escabroso, por ese reptil que se oculta en el seno tenebroso de la existencia: el dolor. Le importaría todo un comino si no doliera, pero ya está informado del dolor de la pequeña niña de Simón, esa niña quemada y animalizada por el grito, el ladrido y el crujido de un papel. Llegó el tren y se subieron. Avanzaban hacia Tigre, pero, ¿por qué hacia Tigre?, iban a Tigre sin ninguna razón, raptados por el tren, pero...¿el tigre no es un animal? Simón se movió en medio de la gente, Gombrowicz intentó darse a la fuga pero se hundió en un cuerpo mullido. Era un gordo, se estaba bien en él, era un lugar silencioso a cien millas de aquel otro problema que quemaba. De pronto un golpe terrible le fue asestado desde abajo. Lo que hubiera sido lo había agarrado descuidado hasta casi morderlo. ¿Sería el animal?, con la cabeza escondida Gombrowicz esperaba el salto. De pronto sintió unas cosquillas en la nuca. ¿Sería el gordo, Simón, un marica? No se hacía ilusiones. "Sabía bien que la falta de relación entre aquel cosquilleo y el Animal era precisamente la garantía de su combinación infernal, de su complot, de su acuerdo –y esperaba el momento en que el Cosquilleo se aliara definitivamente con él, con el Animal, para clavarse, como un puñal, en un grito desconocido, todavía inconcebible, hasta ahora no lanzado"

1 comentario:

Christian dijo...

No fui el cartero de Neruda, pero me tocó ser en una época el cartero de Juan Carlos Gómez. Yo le llevaba cartas de Polonia. Él me contaba sobre Gombrowicz, que allí era más de lo que San Martín era para el argentino. Le gustaba usar la palabra episodio, la repetía varias veces. Yo estudiaba letras en aquel momento. Siempre me pregunté que había sido de él. Cada vez que leía algún artículo sobre Gombrowicz me acordaba de Gómez. Personas imposibles de olvidar.