Fragmento de carta enviada por "esta Silvia" a su vecina Luci, quien la lee en compañía de su inseparable Nidia.
Silvia, Luci y Nidia: Tres damas de la novela Cae la noche tropical de Manuel Puig.
La carta es mucho más extensa, porta una mirada enternecedora y lúcida sobre los (muchas veces) melodramáticos escondrijos del alma femenina.
Luci: Usted estuvo hace un rato y hablamos del mexicano, del famoso Avilés. Yo le había prometido explicarle cómo eran los ojos de él, su mirar, y después no conseguí comunicarle nada. Tal vez me daba vergüenza decir ciertas cosas. Qué absurdo, no tengo nada que perder, estoy vencida, humillada, abandonada, a un punto ya casi intolerable. Menos mal que he dicho casi. Tal vez dentro de un rato sea intolerable y punto. Sin el casi. Si sucede la voy a llamar a usted, Luci. No tengo a otro que molestar. Le ha tocado ese ingrato papel, a usted, de la vecina paño de lágrimas. Pero es posible, Luci, que no la llame esta noche, puede ocurrir un milagro. Ya sabe cuál. Puede sonar el teléfono. Mi teléfono. Y yo correría a atender. Pero no voy a pedir un milagro. Algo menos que eso, por ejemplo poder describir los ojos de Avilés me aliviaría. Y para eso agarré papel y lápiz.
Pero no parece mi letra, Luci, estoy mal de veras, este pulso no es el mío, parece que las letras no tuviesen más el renglón imaginario sobre el que yo siempre supe apoyarlas... Es que he perdido algo fundamental. No veo por qué me voy a levantar mañana de la cama e iniciar el ritual de todos los días. Lavarme la cara, levantar el periódico del suelo...
Pero no le estoy siendo todo lo precisa que me propongo, sí hay algo que me gustaría todavía hacer en esta vida, y es explicarle lo que significaba la mirada de Avilés. Se lo prometí tantas veces. Déjeme concentrar un momento. Por ejemplo, yo entraba en la biblioteca de la universidad, dónde él estaba trabajando y él tenía otra mirada, porque estaba con algún libro entre las manos o con algún alumno exasperante, y de pronto al verme le cambiaban los ojos, sin pronunciar una palabra me estaba diciendo que me necesitaba y que yo era exactamente la persona que él había querido ver apareciendo por esa puerta enorme de la biblioteca. ¿Comprende?
Pero no estoy logrando explicarle nada específico, realmente. Ésa sería la misma mirada de un mendigo cuando usted se le acerca y le da una buena limosna. Era mucho más que eso. Aquella mirada corresponde a alguien que no se acuerda, o nunca supo, lo que es un dolo físico, o un recuerdo amargo. La mirada de alguien a quien se le olvidó todo lo malo de este mundo, o que se olvida en ese momento, porque está mirando a alguien que quiere, o mejor, más preciso, porque está mirando a alguien que le resuelve todo en la vida. No sé, en realidad quien se olvidaba de lo malo de este mundo cuando lo miraba era yo. Ése era mi sentimiento. Yo no le hacía olvidar nada, porque ya está comprobado que las cosas no terminaron bien. ¿Qué puedo saber yo sobre lo que él sentía al mirarme? Entonces volvamos a foja cero: la mirada de él, ¿cómo era? Yo le dije a usted que la mirada de Ferreira se le parecía, y es cierto, eso de chico perdido, un poco, no del todo, no perdido, apenas extraviado, y que ve aparecer a alguien que sabe el camino de vuelta a casa, y por eso se alegra, se tranquiliza, recupera la paz. Ferreira no llamó más, Luci. También eso es de chico, esa desconsideración, esa crueldad.
Pero lo estoy enredando todo. Imposible analizar, adivinar, lo que ellos dos sentían, tanto uno como el otro, cuando me miraban y me hacían creer esa fábula. Luci, me hacían creer que yo aparecía y se les acababan todos los problemas. Está visto que no se les acababan, o que yo les creaba una nueva serie de otros tantos, insolubles también. Nueva serie de problemas que con dejar de verme se solucionaban instantáneamente. O no. Luci, no sé cual fue mi error, traté de ayudarlos, a los dos, de darles soluciones, no dolores de cabeza. No pedí mucho. Que me vieran. En mis horas libres, que no eran tantas. Horas buenas para el encuentro de gente ocupada como éramos, a la noche. Ideal.
¿En qué erré? Luci, yo creo que usted va a estar de acuerdo conmigo. Sí, yo lo veo tan claro, en este preciso momento. Les dejé ver mi desesperación. Les dejé ver que a mis cuarenta y seis años no había logrado más que aumentar mi vulnerabilidad de siempre. He trabajado tanto, he estudiado tanto, me he esforzado tanto para que las cosas marchen (?). He viajado, he tratado de adaptarme a diferentes países, los he estudiado, los he aprendido a querer tanto como a mi propia Argentina. Y no he conseguido más que esto, depender de un llamado telefónico para poder seguir respirando...
La carta continúa, mucho más.
Comentarios posteriores de Luci y Nidia. Conclusiones provisorias, también muy femeninas.
Luci: A ella ahora le vino un ataque de odio contra él, por desconsiderado. Y tiene razón, porque a nadie se la trata así, ignorarla como a un perro.
Nidia: Luci, yo a él lo defiendo y lo seguiré defendiendo siempre. Fue ella la que insistió en la relación. Fue ella la que lo llevó a tomar el cafecito, ella que después lo buscó y revolvió cielo y tierra hasta que lo encontró. Fue ella que lo llevó engañado a ese hotel, diciendo que todo era gratis. No fue él quien vino a ilusionarla y prometerle cosas.
Luci: Tenés razón, Nidia... Y, vos te acordarás, cuando una tiene esa gran juventud adentro, esa salud, dan ganas de acercarse a una persona que te gusta. Eso es todo, el tipo le gustó y basta, las razones andá a saber, pero ella sintió esas ganas de saber de él, quién era, qué cosas le gustaban.
Un bombón Cae la noche tropical.
2 comentarios:
que justo!
ando releyendo ese libro y disfrutando y riendomé en silencio. g
racias por tuv isita y comentario.un saludo
joaquín: a veces, leyendo el libro en cuestión, rompo el silencio porque se me escapan carcajadas.
saludos para tí, también.
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