9.
... Dentro de la cama yo ofrezco mi ostra, pequeña, oval, ribeteada de coral, por donde Juan lleva y hunde su puñal. Que me parte en dos. Después, yo lo abrazo. Como si no me hubiera querido matar.
16.
... En el aire hay figuras que casi se alcanzan; nunca se puede.
Pero, yo soy sirena. De planta, de arboleda. Ondulo mi cola oscura, fuerte. Tengo las escamas, blancas y plateadas; el pecho desnudo, crespo el pelo; el sexo es una marca apenas de coral, y echa un perfume específico, humo, gotas de aceite y sangre, y brasitas.
Me rozo el sexo con una vara, lo zarandeo un poco.
Y doy pequeños gritos y pequeños saltos, de pez, de fémina, a ver si los hombres del lugar vienen a mí.
32.
Fui a vivir con las flores. Pasé años en las violetas, las mascarillas chiquitas, perfumadas. Mi madre miraba. Yo, alta y de pie, entre violetas. Ella se azoraba, se retraía. Poco la vi.
Fui a vivir con los "pensamientos". Las mascarillas, los antifaces asombrosos, y yo de pie, entre ellos. Pasé años entre "pensamientos". Las primas de mi madre se hacían lenguas. Les daba miedo. Decían: No sale más del pensamiento.
Un hongo me llamó; era redondo, blanco y rosa vivo, tenía perlas, amatistas, y como unos dientes abrillantados por el lomo. Una noche me lo sustrajeron. Quedé con el sexo abierto y lo aguardaba.
Fue cuando advertí al Hibisco. Y me conformé y me enamoré. Con el hongo sólo hubiera pecado; con éste me enamoré.
Le miraba las coronas rojas, rosadas, amarillas, los enhiestos focos. Me dijo: alma mía, ven a mí. Esta noche nos casamos, nos cazamos. Hace tiempo que te vi. Dame un beso y.
Me hincó un brazo. Di un grito. Me casé, ahí, de pie, rodó mi himen; mi sangre roja, nevada, azul, quedó en el suelo. En la casa prendían un farol. Miraban por la ventana. Me vieron con el Hibisco; entre sus brazos, entre sus patas. Gritaban: ¡La hija ha muerto, no la queremos más! Y yo abrazada en el Hibisco, le gemía con voz de vírgen. El hozaba, se posesionaba. Me decía ¿Tuviste algo con aquel hongo? ¿Te dejó algo? ¿Esta amatista?
Y revolvía en mi pequeño vulvo, rojo de sangre y de amor por él, por el Hibisco, que le rompía todos los broches. En el alba tapé mis senos, tapé mi sexo que había gorjeado toda la noche, y del que caía perfume fuerte, alguna hueva, sangre aún, y algunos pétalos.
El Hibisco quedó reacio. Se irguió solo, lleno de focos, distraído y satisfecho. Yo lo veía como a un desconocido, que, quedándose ahí, se hubiera ido.
Los tres textos son de su libro Rosa Mística.
2 comentarios:
pff, las mujeres...quién las entiende?
Wojito:¡Ché, no hagamos de todo una cuestión de género!
Por ejemplo yo no entiendo si te referís a Marosa, a la tipeadora o a las mujeres en general, y dudo que sea porque sos varón.
Además estoy descubriendo que no se trata de entenderse.
Un beso.
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