"He aquí mi profecía: Desde hoy el amor tendrá por compañero al dolor. Su comienzo será dulce, mas su final amargo. Alto o bajo, jamás se equilibrará, de suerte que los que mejor se amen, no disfrutarán de sus amores". Así habló Venus.
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No bien el sol, de semblante purpúreo acababa de recibir el último adiós de la aurora en lágrimas, Adonis, el doncel de las mejillas de rosa corría a los placeres de la caza. Amaba la caza y se reía con desdén del amor.
Venus, oprimida por el deseo va en derechura hacia él y como un atrevido pretendiente le hace, por asalto, la corte: "Tú, tres veces más bello que yo misma. Tú, flor principal de la pradera, siéntate aquí, junto a mí, que no bien lo hagas te ahogaré con mis besos". Y enfebrecida en su pasión le llama bálsamo, soberano ungüento de la tierra para la cura de una diosa.
El tierno mancebo se ruboriza y enoja. Con triste desdén la trata de "entrometida" y vitupera su mala conducta. Ella sigue implorando, e implora gentilmente "Oh! Piedad, niño de corazón de roca, sólo te pido un beso". Y encendida y ardiente lo empuja de espaldas, tal como quisiera verse derribada y aunque le domina por la fuerza, no lo hace por la concupiscencia. "Si yo fuera fea de cara, horrible, de vejez rugosa, cegata, estéril y sin jugo, entonces pudieras vacilar pues no sería digna de tí. Pero no teniendo defecto alguno ¿por qué me rechazáis? ¿qué mal pueden hacerle a tus labios un pobre y simple beso? ¡Dame un beso!"
Adonis responde: "No, dejádme, basta, basta de amor. No conozco el amor ni quiero conocerlo, a menos que sea una jabalí, para entonces cazarlo. Os lo ruego, si algún amor os he inspirado, dejádme partir. Os diré buenas noches, tú dirás otro tanto y... si consentís, obtendréis un beso". "Buenas noches, buenas noches" replica Venus y antes que él pueda decir adiós se cobra el dulce precio de la despedida. Sus brazos entrelazan su cuello hasta que juntos, sin respiración, caen en tierra. La diosa se nutre glotonamente sin lograr saciarse, sus labios imperan, habiendo conocido la dulzura del botín Venus comienza a saquear con ciega furia, su rostro exhala vapores y humo, hierve su sangre con lujuria sin freno.
El pobre burlado le suplica ahora que lo deje partir y la piedad manda a Venus que no lo retenga. "Oh! Dulce doncel, paladín del amor, dime ¿nos veremos mañana? ¿me das tu palabra? ¿nos veremos? ¿nos veremos mañana?" "No, pues mañana iré a la caza del jabalí con algunos de mis amigos. Mirad, la noche va a cerrar y mis amigos me esperan". Dicho lo cual, se retira presuroso a su albergue, dejándola a ella tendida en el suelo y sumamente afligida.
"¿El jabalí?" grita ella, y al nombrarlo una repentina palidez invade todo su rostro. "Oh, tú no sabes lo que es herir con la punta de una jabalina a un puerco salvaje; al irritarse, sus ojos brillan como gusanos fosforescentes, su jeta va cavando tumbas por donde quiera que pasa. Él no repararía en tu belleza sino que de tenerte a su merced arrancaría esos encantos como arranca la hierba. Qué sería de mí si eso pasara, si de solo pensarlo me estremezco".
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Así sucumbió Adonis. Corrió con su aguda lanza hacia el jabalí que no afilaba sus defensas contra él, sino que quería desarmarle con un beso, y acomodándole en su hocico, el amoroso puerco le hundió, inopinadamente, el colmillo en su tierno costado.
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"Has muerto, serás un ángel, de tu cuerpo puro y hermoso brotarán violetas, mientras que yo estaré aquí, maldecida, bramando en los infiernos". Dicho esto la diosa cae desplomada en tierra y enjuaga su rostro en su sangre coagulada.
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Garracatapunchis:
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