LA VACA, LA NATURALEZA, LA NOCHE
Fragmentos del Diario de Witold Gombrowicz
Miércoles
Estaba paseando por la avenida bordeada de eucaliptos, cuando se me apareció de repente, detrás de un árbol, una vaca. Me detuve y nos miramos en el blanco de los ojos. En este punto, su bovinidad sorprendió mi humanidad –ese momento en que nuestras miradas se cruzaron había sido tan tenso- y me sentí confuso, en tanto que hombre, es decir en mi humana especie. Sentimiento extraño y sin duda sentido por mí por vez primera –esta vergüenza del hombre frente al animal. Yo había permitido que ella me mirara y que me viera –esto nos hizo iguales- y de golpe yo mismo me convertí en animal –pero un animal extraño, casi diría prohibido. Continué el paseo interrumpido, pero me sentía incómodo... en la naturaleza que me asediaba por todas partes, como si... me contemplara.
Jueves
Cuando me cruzo con un rebaño de vacas, vuelven sus hocicos hacia mí y me siguen con la mirada hasta que desaparezco. Pero antes no me preocupaba, mientras que ahora, gracias a “la vaca que me ha visto”, estas miradas me parecen visionarias. ¡Prados y pastos! ¡Árboles y campos! ¡Verde naturaleza del mundo! Me sumerjo en esta extensión como si abandonara mi orilla y una presencia, compuesta de millares de seres, me acosa. ¡Viva materia latente! Suntuosas puestas de sol. ¡Hosanna! No tengo demasiadas ganas de escribir eso, la literatura ya ha descrito demasiadas puestas de sol. Se trata de otra cosa. La vaca. ¿Cómo debo comportarme ante una vaca? La Naturaleza. ¿Cómo debo comportarme ante la Naturaleza?
Camino por este sendero, rodeado por la pampa –y siento que entre esta naturaleza yo, en mi piel de hombre, soy un extranjero... ajeno de manera inquietante. Una criatura diferente. Y veo que las descripciones de la naturaleza, igual que todas las demás, no pueden servirme de nada en esta repentina oposición entre yo y la naturaleza. Oposición que exige ser resuelta.
Las descripciones de la naturaleza. ¡Cuánto arte se ha puesto en ellas y que resultados tan desesperantes! ¿Cuánto tiempo llevamos olisqueando las flores, extasiándonos ante las puestas de sol, aspirando las albas y entonando el himno a la gloria del Creador que inventó estas maravillas? Pero estas reverencias, estas genuflexiones, este olisqueo humilde y recogido no han hecho más que alejarnos de la verdad humana más aguda -es decir, que el hombre es no-natural, anti-natural...
Me siento empujado hacia abajo, en esta confrontación con el caballo, con el coleóptero, con la planta, por mi deseo de “reanudar con la inferioridad”. Si en el mundo humano intento hacer depender la conciencia superior de la inferior –si quiero ligar la madurez a la inmadurez- ¿no debería seguir descendiendo la escalera de las especies? ¿Recorrerla entera, hasta la base?
Pero... –una especie de desgana... lo confieso- eso me aburre. No tengo ganas de pensarlo. Y no me gusta, casi no soporto alejarme en el pensamiento fuera del reino humano. ¿Será porque los reinos que nos rodean son demasiado vastos? ¿Resistencia a abandonar la propia casa?
Comprender la naturaleza, contemplarla, mirarla –es una cosa. Pero cuando intento aproximarla como algo igual a mí, cuando intento “tutear” los animales, las plantas –una somnolencia hostil me embarga, pierdo el impulso, regreso apresuradamente a mi casa humana y cierro la puerta con doble llave.
Viernes
Otra vez la avenida de eucaliptos, hasta el final, noche cerrada, bajo el signo de dos pensamientos inquietantes: 1) que la naturaleza ha dejado de ser para nosotros la naturaleza en el sentido de antes (cuando era armonía y paz.) 2) que el hombre ha dejado de ser el hombre en el sentido de antes (cuando se sentía una parte armoniosa de la naturaleza.) Regresé a casa a tientas. Caminaba con decisión: rígido, ahogado en la no-vista, en la absoluta certidumbre de ser un demonio, el anti-caballo, el anti-árbol, el anti-naturaleza, un intruso, un extranjero, un otro. Un fenómeno que no era de este mundo. De otro. Del mundo humano. Regresé sin saber que en alguna parte, cerca de mí, se agazapaba un perro horrible, que salta al cuello, que te acorrala... De momento ¡¡basta!!
Fragmento de "Las tiendas de color canela" de Bruno Schulz.
Habían llegado los días invernales, amarillos y colmados de aburrimiento. La tierra herrumbrosa se cubría con un mantel de nieve agujereado y roído, algo escaso. Los días se sucedían endurecidos por el frío y la abulia, como hogazas de pan, rebanados con cuchillos desafilados, víctimas de una perezosa somnolencia.
Mi padre ya no salía de casa, encendía la chimenea, estudiaba la insondable naturaleza del fuego. Se alejaba cada vez más de los asuntos de la vida práctica. Cuándo mi madre, muy preocupada y atormentada trataba de atraerlo a una conversación sobre los negocios, la escuchaba despistado, lleno de inquietud, vibrando su cara ausente. Y ocurría a veces que la interrumpía con un gesto implorante y luego se dirigía hacia un rincón del cuarto donde aplicaba su oído en una rendija del suelo y se disponía a escuchar con los dedos índices de ambas manos levantadas, expresando así la enorme importancia del experimento.
Entonces no conocíamos aún el triste fondo de esas extravagancias, ese complejo deplorable que maduraba en su interior.
En aquellas fechas, observamos por primera vez en mi padre un interés apasionado por los animales. Quizá fuese la pasión primaria de un cazador-artista, tal vez una profunda simpatía zoológica experimentada por una criatura hacia sus semejantes, que tenían formas de vida tan diferentes, la investigación en registros no declamados de la existencia. Sólo después el asunto adquirió ese giro extraño y enrevesado, profundamente pecaminoso y contrario a la naturaleza, que sería mejor no desvelar.
Empezó la incubación de los huevos de pájaro. Con gran esfuerzo y dinero mi padre importaba de Hamburgo, de Holanda, de estaciones zoológicas africanas, huevos fecundados de pájaros que daba a empollar a enormes gallinas belgas. Para mí era también un proceder muy apremiante observar cómo salían los polluelos de sus cáscaras, verdaderos fenómenos con formas y plumaje. Resultaba difícil adivinar en estos monstruos con picos enormes y fantásticos que inmediatamente después de nacer se abrían de par en par silbando glotonamente en las profundidades de sus gargantas, en estos reptiles con su cuerpo hirsuto y desnudo de jorobados, a los futuros pavos reales, faisanes y cóndores. Esa camada dragónica, colocada en el cesto entre algodones se elevaba sobre sus cuellos, las cabezas ciegas, cubiertas de cataratas, haciendo sonar sus orificios mudos. Mi padre, en delantal azul, se trasladaba a lo largo de los estantes como un jardinero junto a sus invernaderos de cactus, y sacaba de la nada esas burbujas ciegas que palpitaban vida, esas barrigas torpes que únicamente aceptaban un mundo exterior en forma de alimentos, esos conatos de existencia que se estiraban a ciegas buscando la luz. Semanas después, cuando esos capullos ebrios de vida se abrían a la claridad las habitaciones se llenaron de un barullo variopinto, un gorjeo reverberante de inquilinos nuevos.
Esa empresa ornitológica de mi padre fue la última explosión de color, la última y magnífica desaceleración de la fantasía que este improvisador incorregible, ese maestro de la imaginación llevó a las barricadas y a las trincheras del invierno yermo y vacío. Sólo hoy puedo comprender aquel heroísmo solitario que declaró la guerra al aburrimiento sin límites que paralizaba la ciudad. Ausente de cualquier apoyo, sin nuestro reconocimiento, aquel hombre tan extraño defendía la causa perdida de la poesía.
Pasaje de "Sanatorio bajo la clepsidra" de Bruno Schulz.
Bianca es toda gris. Su tez cetrina tiene algo de un diluido toque de cenizas apagadas. Creo que un roce de su mano ha de sobrepasar todo lo imaginado.
Generaciones enteras de domadores bullen en su sangre disciplinada. Es conmovedora la resignada sumisión a las exigencias de la educación que testimonian el espíritu de contradicción vencido, las rebeldías rotas, los silenciosos sollozos nocturnos y las violencias cometidas en su orgullo. Con cada movimiento se abandona, repleta de benevolencia y triste encanto, a las formas prescritas. No hace nada más de lo necesario; cada gesto suyo es medido avariciosamente y, apenas lleno el molde, se interna en él sin entusiasmo, como si fuese la conciencia de una obligación pasiva.
Desde el fondo de aquel autocontrol surte Bianca su experiencia precoz, su saber de todas las cosas. Bianca lo sabe todo. Y no sonríe, su sabiduría es seria, rebosante de tristeza; los labios semiabiertos en la línea de una belleza absoluta, las cejas dibujadas con una severa certitud. No, de su saber no aprovecha ningún elemento para la relajación tolerante, la indulgencia. Al contrario. Parece como si esta verdad, observada por sus ojos tristes, pudiera ser vencida tan sólo con una tensa vigilancia, un estricto cumplimiento de la forma. Y hay en esa delicadeza infalible, en esa lealtad hacia la forma, un océano de pesadumbre y sufrimiento a duras penas superado.
No obstante, aunque rota por la forma, se liberó de ella victoriosamente. Mas ¡a qué precio su sacrificio!
Cuando anda, esbelta y derecha, no sabemos a quién pertenece el orgullo que arrastra con tanta naturalidad; es su propio orgullo vencido, o más bien, el triunfo de unos principios ante los que cedió. Pero, cuando súbitamente dirige su mirada con un simple, nostálgico levantar de ojos, lo sabe todo. Su juventud no fue protegida contra el descubrimiento de lo más secreto, su silenciosa serenidad no es más que la calma aparecida tras largos días de sollozos y lágrimas. Por ello, sus ojos fatigados, poseen, en la certeza de su mirada, un ardor húmedo, fuerte, libre de todo despilfarro.
Fragmento de "Insaciabilidad" de S.I.Witkiewicz
"Quería a mi padre y le temía. Está muriéndose y ahora eso no me afecta en lo mas mínimo. Me siento mal como nunca me había sentido hasta ahora y ello sin razón alguna, como si tuviese la sensación de que todo, todo el mundo entero no es como debiera ser. Todo está envuelto dentro de una especie de funda. Y yo quiero tocar las cosas totalmente desnudas, como toco mi propio rostro con mi propia mano... Quiero cambiarlo todo para que sea como debiera ser. Quiero poseerlo todo , ahogar, apretar, aplastar, torturar...”
Fragmento de “Adiós al otoño” de S.I.Witkiewicz
Sufro a veces sin ninguna razón aparente. Mis pensamientos están en ocasiones tan bizarramente embrollados, mis criterios de valor tan mezclados, que ya no puedo vivir así. Mi famosa visión del mundo, con la religión, la filosofía y el arte a la cabeza, empieza a hacerse pedazos desde sus fundamentos. Si pudiera, con la conciencia limpia, convertirme en un artista, conseguiría en cierta forma un lugar estable desde donde poder observarlo todo. Pero yo desprecio el arte; no en general, pero sí en sus decadentes formas contemporáneas. La pintura, la escultura y la poesía ya se han acabado, la música está a punto de morir, la arquitectura se vuelve puramente utilitaria, el teatro, concebido como arte, morirá también. No creo en nada y no creeré jamás en nada, no soy más que un demócrata insípido por educación y cultura ( si es que la tengo.) Soy incapaz de integrar lo que veo en una sola idea en la que pudiera realizarme a fondo, quiero escribir ensayos en la frontera entre la filosofía y la sociología pero escribo divagaciones poéticas siempre con el convencimiento de que no vale nada. Soy un desecho de la pseudo cultura más reciente que, al menos aquí, no ha creado nada interesante, rumiando desde hace siglos las novedades extranjeras y, mas aún, casi siempre a destiempo, no adoptando aquellas que debería ni abordándolas desde la vertiente adecuada. El arte verdadero es hoy la enajenación. Creo únicamente en los artistas que terminan volviéndose locos. Y todos esos tipejos pseudo románticos y pseudo clásicos, son una basura semejante a la que gobierna esta bacanal mentira de la democracia de hoy con su punto de partida igual para todos, su parlamentarismo, la falsa igualdad de todos ante la ley. En la política, en el arte, da lo mismo. Quienes gobiernan actualmente en nombre de la nauseabunda democracia están tan fuera de lugar como la porción de la sociedad en la cual se apoyan. Nosotros, los demócratas insípidos, no tenemos sitio ni en el universo ni en nosotros mismos. Lo mejor sería que nos degollasen lo mas pronto posible. Ya han pasado los tiempos del arte metafísicamente absoluto. El arte era, antaño, sino algo sagrado, al menos "santón"; el espíritu maligno se encarnaba en los hombres de acción. Hoy no tiene en quién, los restos del individualismo vital son pura comedia. A falta de algo mejor, el espíritu maligno se ha trasladado a la esfera del arte y hoy se encarna en artistas degenerados y perversos. Pero ésos ya no pueden perjudicar ni ayudar a nadie: existen para diversión de los restos agonizantes de la cultura burguesa. ¿Acaso para leer un aforismo cada 20 páginas o cualquier frasecita sobre la vida, que yo mismo, puesto en un aprieto, podría inventar, acaso por eso he de codearme con toda una panda de cretinos esnobs y escuchar las descripciones, demasiado detalladas, de sus estados y pensamientos poco interesantes, servidos de una forma igual de aburrida? Esas frases de media página, ese amasar y disgregar la vulgaridad y la estupidez hasta dar náuseas. ¿Acaso esos decadentes, que son ligeramente conscientes de su ocaso y que observan pasivamente con sus cerebros hinchados y tumorosos su propio declive y el de su antiguo mundo, representan un modelo de "decadencia superior" a la de aquellos que aún se hacen ilusiones y se divierten desempeñando sus ridículos papeles de poder?... A veces, quisiera que en el mundo se cociera un guiso tan terrible que todas las guerras y revoluciones del pasado parecieran a su lado un juego de niños y disolverme en ese caldo: una catástrofe, sino cósmica, al menos interplanetaria. Pese a mi repulsión por el futuro espero con ansiedad esa catástrofe: que sea algo grande, todo menos esa molicie actual, esa miopía cubierta por una máscara de falsas verdades eternas. Dormir y olvidar; o no: escapar lejos de esta ciudad, crear al menos en algún rincón un trozo de vida como aquellos días pasados, definitivamente mejores... En el fondo de la existencia, en sus mismos fundamentos, radica un sinsentido infernal. Y además un sin sentido aburrido. Pero este aburrimiento es efecto de los tiempos actuales. Antaño era algo grande y maravilloso. Hoy el misterio está por los suelos y hay cada vez menos hombres que sean conscientes de ello. Al final, el tono gris lo cubrirá todo muchos años antes que el sol se apague...
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